La figura del detective privado, rodeada de secretos, discreción, mentiras ocultas, disimuladas, la confidencialidad y el riesgo hacen de él un personaje casi ficticio, del que se han realizado muchas películas, escrito muchos libros, y contado muchas mentiras. Es una profesión llena de tópicos absurdos, insensatos, desfasados. La primera premisa descabellada sobre esta formación es que cualquiera puede ser un detective. Un detective debe superar pruebas psíquicas y físicas, poseer un diploma específico y requerido, no presentar antecedentes penales y muchas otras condiciones que hacen de la obtención del título un largo camino repleto de curvas y obstáculos.
Otra mentira despiadada es el decir que es un mundo que no está controlando, cuando en realidad los detectives están regulados por la ley, además de existir un registro en el que están inscritos todos los detectives privados de España y sus actividades, que pertenece a la policía nacional.
Un detective no puede investigar a cualquiera por cualquier cosa, ya que la responsabilidad de una investigación se determina por factores analizados detalladamente, por ejemplo cuando existe una causa legítima. Además los detectives deben saber que existen limitaciones en su oficio y que éstas no deben ser sobrepasadas.
“Cuando trabajan conocen delitos y se callan”, es una afirmación irracional, temeraria, insensata de una persona que no tiene ningún conocimiento sobre el oficio del detective. Existe una ley que dicta la obligación de cualquier ciudadano a avisar en caso de delito, y los detectives también gozan del estatus de ciudadanos, por lo que deben cumplir con esa obligación.
Por último, es cierto que muchos de los casos en los que trabajan detectives privados son sentimentales, pero el oficio no se abstiene sólo a eso, y son las cuestiones laborales y empresariales las más investigadas actualmente, y las más demandas por bajas fraudulentas, acosos laborales…